CAPÍTULO 1: Esto empezaba a parecer una reunión de Alcohólicos Anónimos

—En mi defensa diré que fue Victoria la Descerebrada quien se copió de mí. Esa tía no sabe ni la capital de los Estados Unidos —repliqué. Mis padres no se molestaron en mirarme mientras caminábamos hacia el coche—. Vamos, no fui yo, ¿por qué os cuesta tanto creerlo? —Siguieron ignorándome.

Mi padre abrió el todoterreno con el mando. Se escuchó un clic. Metió mi maleta de Pepe Jeans en el maletero y acto seguido ambos se subieron en la parte delantera. En ese momento se me pasó por la cabeza la idea de huir. Sí, podía huir, aunque no muy lejos. Tal vez con un taxi. Sería caro pero siempre estaba la posibilidad de que el conductor fuese joven y guapo, en ese caso podríamos conocernos, casarnos, y entonces el viaje me saldría gratis. Dios, menudo vomito cerebral el que acabo de soltar.

—Vamos, Dani, nos quedan diez horas y media de carretera. No querrás llegar tarde el primer día, ¿verdad? —preguntó mi madre, tan graciosa como siempre. Gruñí de la frustración.

Subí al coche y mi padre arrancó. Eran las seis de la mañana, y mis ganas de seguir pensando en un plan de huida eran inexistentes, por lo tanto decidí dar una cabezada.




El coche se detuvo en una gasolinera, seguramente estábamos en Wisconsin. Apenas me molesté en abrir los ojos, pues no debían ser ni las once de la mañana. Mi padre volvió a entrar en el coche.

—Espero que Danielle entienda que lo hacemos por su bien. Lo sabe, ¿no? —dijo mi padre, como si se lo estuviera preguntando a sí mismo.

Por supuesto, papá. Entiendo que mi hermano ya no está en casa y aprovecháis para deshaceros de mí. Gracias, os quiero tanto...

—Tranquilo, ya sabes la etapa por la que está pasando. Solamente espero que cambie de actitud. Sé que lo de tu padre le afectó mucho... —respondió mi madre. Ambos soltaron un largo suspiro.

¿Cómo? ¿A qué venía eso? Es decir, ni era una adolescente conflictiva ni tenía otra actitud por la muerte de mi abuelo. Quise responderles, explicarles que mi forma de ser no tenía nada que ver con ese tema. Quise que entendieran que estaba bien, que la selectividad era lo que me tenía asustada en esos momentos. Quise que supieran que no fui yo la que copió en el examen. Pero no dije nada. Me quedé callada lo que quedaba de trayecto. No quería discutir.




Mi madre movió mi hombro insistentemente hasta que me vio abrir los ojos. Sonrió y me pasó un recipiente con comida. Pensar en un aburrido verano alejado de mis amigos en un campamento me revolvía el estómago, por lo tanto no probé ni bocado. Ya habíamos entrado en el estado de Minnesota, así que no quedaba mucho para llegar a Duluth. Salimos de la autopista y mi padre encendió el navegador, el cual nos indicó el camino y el tiempo que faltaba. En el momento en el que vi un enorme cartel en el que ponía «Disaster Camp» supe que el fin estaba cerca. Mi padre aparcó en uno de los pocos sitios que quedaban libres en el estacionamiento, ya que seguramente habían llegado todos los demás.

Cogí la maleta y anduve hacia el irónico cartel que me daba la bienvenida, no sin antes girarme para despedirme de mis buenos padres. Ellos sacudían la mano en el aire, sonrientes, y yo los fulminaba con la mirada. Era de esperar, supongo. Me adentré en aquel lugar desconocido. Una mujer mayor que yo me pidió el documento de identidad. Una vez revisado, me cedió un identificador azul en el cual ponía mi nombre, el lugar de procedencia y un número que no había terminado de entender para qué era.

—Es el número de cabaña —explicó la mujer, al notarme tan perdida. Asentí agradeciendo su amabilidad.

Continué mi camino, investigando un poco el campamento. Para llegar a los bungalows tuve que atravesar las pistas de baloncesto, las de tenis, la piscina y una extensa pradera verde. Llegué a una zona circular con una fuente en el centro, rodeada por cuatro cabañas más grandes de lo normal. Cada una de un color: rojo, verde, amarillo y azul. Seguí caminando recto, pasando entre la cabaña verde y la amarilla, hasta llegar a las de residentes. La mía era la número trece. Genial, el número de la mala suerte. Caminé un rato más mirando la hilera de cabañas a mi derecha. La construcción se notaba que era de excelente calidad y térmicamente aislada. Eran totalmente de madera. Cuando llegué a la mía escuché unas voces procedentes de dentro, hablando más alto de lo normal. Abrí la puerta y me encontré a dos chicas gritándose.

—Hola.

Fue lo primero que se me ocurrió decir, pero no parecieron percibir mi presencia. Eso me sacaba de quicio. Dejé la maleta a un lado y cerré la puerta.

—¡Eh! —exclamé. Las dos se giraron a mirarme, con el ceño fruncido—. ¿Qué ocurre aquí?

Volvieron a gritarse mutuamente, así que tuve que volver a callarlas y a darle el turno de palabra a una de ellas. Empecé por la chica de larga y castaña melena, y de piel más bronceada, quien se hacía llamar Mía. Vestía una camiseta blanca holgada y unos pantalones boyfriend.

—Le he dicho mil veces que quiero la cama de abajo porque no me gustan los sitios altos, pero no quiere escucharme —explicó, señalando la zona de arriba. La rubia de ojos azules, Abby, puso los ojos en blanco. Ella vestía una camiseta ajustada rosa y unos pantalones de pitillo blancos.

Había un baño, una cocina y una habitación con una cama en la planta baja, y en el altillo había dos colchones. Yo aquí veía una solución fácil.

—Bien, entonces habrá que echarlo a suertes. ¿Piedra, papel o tijeras? —propuse. Ella aceptaron.

¡Piedra, papel... o tijeras!

Mía y Abby sacaron piedra y yo papel, por lo tanto ganaba. Ay, si supieran la de veces que he jugado a esto...

—Me quedo la de abajo para que no os peleéis más. Espero que no discutáis también por la posición de la cama, por favor —bromeé.




—Por favor, todos los estudiantes id a la sala de reuniones de vuestro grupo. Id a la cabaña del color de vuestra tarjeta de identificación. Gracias —anunció una voz por megafonía. Tanto mis pacíficas compañeras de cabaña como yo teníamos que ir a la azul.

Nos reunimos todos en la zona central de la fuente. En cada entrada había un monitor identificando las tarjetas que colgaban de nuestros cuellos. Una vez dentro, nos sentamos en unos bancos de madera sin respaldo, a esperar que nos informaran. La cabaña tenía lugar para unas cuarenta personas, pero no llegó a llenarse del todo. Una vez guardamos silencio, apareció un hombre frente a nosotros. Era alto, moreno y musculoso, pero sin exagerar. Sus ojos eran marrones y sus labios, carnosos. Vestía una camiseta azul marino de manga corta que le marcaba los bíceps y un pantalón vaquero negro. Su cabello era castaño, rizado y un poco alborotado. Nadie me había dicho que vería chicos guapos por aquí.

—Hola a todos, a partir de hoy yo voy a ser vuestro coordinador —empezó—. Me encantaría poder presentarme pero por regla general, los monitores nos comunicaremos en clave, así que podéis llamarme Júpiter. —Todos nos reímos—. Sí, bueno, que conste que no lo elegí yo. Seguramente estáis aquí porque sois unos gamberros y vuestros padres os obligan o simplemente porque no sabías cómo matar el tiempo en casa. Bien, ante todo, nuestro objetivo general es favorecer el sentido de la amistad y del compañerismo, fomentando el respeto, la tolerancia, la pluralidad, la libertad personal, la solidaridad y la responsabilidad mediante una serie de actividades de todo tipo que iremos realizando a lo largo del verano. Voy a resaltar las normas principales. En primer lugar, el desayuno es a las nueve y media, y el toque de queda, a las doce. En segundo lugar, nada de entrar en las duchas del sexo opuesto, que os veo venir. Y finalmente, queda totalmente prohibida la violencia de cualquier tipo, ¿está claro?

Todos asentimos. Estuvo comentándonos un poco las actividades previstas y las que podíamos realizar por puro ocio. También nos repartió un mapa del campamento para que nos hiciéramos un poco a la idea de dónde estaban el comedor, las duchas, las instalaciones deportivas, etc. Nos habló de los servicios que ofrecía el campamento y el uso de los mismos, y de lo que haríamos los próximos días.

—Y ahora, sin más dilación, vamos a conocernos —dijo Júpiter. Hicimos un círculo con los bancos y él lanzó una pelota pequeña de gomaespuma en el centro. Mía la cogió—. Ahora debes presentarte y luego pasarle la pelota a otra persona. Cuando quieras.

Júpiter le dio paso y ella se levantó. Todos teníamos la mirada puesta en ella, la cual cosa le puso muy nerviosa. Parecía haberse quedado en blanco.

—Em... —empezó a hablar—. Me llamo Mía y vengo de Dakota del Norte. Estoy aquí porque mi madre me pilló en casa con mi novio y ve eso como una transgresión o algo por el estilo.

Le pasó la pelota a Abby.

—Me llamo Abby, vengo de Colorado y estoy aquí porque mi padre me vio en una fiesta rastafari con un porro en la mano. —Todos la miramos extrañados. Esto empezaba a parecer una reunión de Alcohólicos Anónimos—. No era mío, eh.

Me pasó la pelota a mí. Me levanté.

—Hola a todos, mi nombre es Dani y vengo de Michigan. Estoy aquí porque mis padres creen que copié en un examen —dije en un tono frío. Recordarlo me ponía de los nervios. Lancé la pelota con más fuerza de lo debido hacia un chico, haciendo que se le cayeran las gafas. Todos se rieron y yo, en cambio, me sentí muy culpable—. ¡Lo siento mucho, de verdad, no era mi...!

—N-No im-importa... —Se colocó bien las gafas—. Me lla-llamo Derek y vengo de Co-Colorado. E-Estoy aquí po-porque...

—Porque tus padres no te quieren, memo, asúmelo —interrumpió alguien del círculo. Su apariencia y forma de expresarse lo convertían en un completo idiota. Siempre tiene que haber alguno así en el grupo.

Júpiter le fulminó con la mirada y le pidió que respetara a su compañero. El imbécil hizo caso omiso. El coordinador le pidió a Derek que continuara.

—E-Estoy a-aquí porque no te-tengo ami-amigos —finalizó. Le pasó la pelota a otra persona.

Eso me había sorprendido. No sabía que hubiese gente que venía por aburrimiento. En serio, me costaba creerlo, y tal vez fuese porque nunca estuve en su situación. Mi instinto altruista me pedía que lo ayudara.

Cuando terminamos de presentarnos todos, nos permitieron volver a nuestras cabañas. Nos dejaron la tarde libre para hacer lo que quisiéramos, pero no estaba segura de qué quería hacer. Mis compañeras decidieron irse a la piscina. En cambio, yo preferí ir a pasear un rato para conocer un poco más en profundidad el campamento. Al salir del bungalow miré a ambos lados. Hacia la derecha estaba la plaza circular, así que caminé hacia la izquierda. Cuando terminó la hilera de cabañas, giré a mano derecha y, por el olor, supe que la caseta de madera que había frente a mí era un establo. Me acerqué sigilosamente mirando a mi alrededor, asegurándome de que nadie me viera. Tampoco tenía malas intenciones, simplemente me encantaban los animales. Me acerqué a un caballo en concreto. Era negro y tenía el pelo blanco, tanto el del crin como el de la cola. Era precioso y tenía toda la pinta de ser un pura sangre inglés, pero tampoco estaba del todo segura. Me quedé fascinada. Le estaba acariciando la cabeza cuando alguien con voz áspera y fuerte me asustó.

—¡Eh, aquí no se puede estar! —advirtió. Era Júpiter, siempre con el ceño fruncido. Siempre enfadado.

A medida que se acercaba más a mí, yo me alejaba más del caballo. Ahora ya me temía lo peor. O no, tal vez me expulse del campamento. ¿Podría hacerlo? Observé cómo acariciaba al caballo. Me fijé en lo alto que era, probablemente medía un metro ochenta. Su cabello era de un café oscuro, aunque al sol se apreciaban reflejos rubios. Además, sus cejas rectas le daban cierta autoridad. Era muy intimidante.

—¿Cómo se llama? —me atreví a preguntar. Él hizo una mueca que no supe identificar.

—Thor, es un pura sangre inglés —respondió.

¡Lo sabía!

—Me refería a usted —aclaré.

—No creo que sea de su incumbencia, señorita... —Se acercó a mi tarjeta de identificación, pero antes de que pudiera leer algo, la giré. El gesto le hizo sonreír.

—Tampoco creo que mi nombre sea de su incumbencia, Júpiter.

Acaricié una última vez a Thor y seguí con mi recorrido. No me giré pero intuí que mi coordinador me miraba mientras me alejaba. Ese hombre era todo un misterio.




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