CAPÍTULO 2: Parecía Pharrell Williams en la gala de los Grammy

Tras pasar casi toda la tarde recorriendo los alrededores, decidí volver a mi cabaña, y para ello debía atravesar la piscina. Era grande y estaba rodeada por una valla de metro y medio de altura. Desde allí se podía ver a la perfección el monte. La gente reía en el césped, algunos jugaban en el agua con una pelota de plástico y otros simplemente se iban conociendo. Presté atención a mis compañeras de cabaña, sentadas con el imbécil de antes y sus amigos. Me saludaron con la mano sonriendo e incluso me invitaron a perder el tiempo con ellos. No, gracias, no hacer nada me resulta más divertido que hablar de proteínas con una masa de esteroides.


Estaba a punto de salir de allí sana y salva, hasta que sentí un golpe fuerte en el hombro izquierdo. Alguien me había empujado mientras corría. Me hubiera parado a calmar el dolor con mi mano, pero no pude. Vi cómo caía lentamente a la piscina, con la ropa puesta, claramente. Entré en el agua casi de cabeza y, el cambio repentino de temperatura hizo que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo. Empezaba bien el verano.

Subí las escaleras con el pelo hecho un desastre y con la ropa dos tallas mayor que la mía. Parecía Pharrell Williams en la gala de los Grammy. Una ola de carcajadas y falsos elogios me dieron la despedida. Miré hacia la culpable, quien no se cortó ni un pelo a la hora de reírse. Zorra mala.

Caminé rápido hasta salir del ambiente bochornoso que se había creado. Inhalé y exhalé hasta tranquilizarme y quitarle importancia al asunto. A la chica no la conocía, pero me daba la sensación de que no sería la última vez que la miraba con rabia y odio.

Llegué a la fuente de la zona circular y me senté en el banco que la rodeaba. Escurrí mi cabello para que dejara de gotear y apoyé mis manos en mis piernas. La sensación que daba la ropa mojada contra la piel era muy incómoda, así que me volví a levantar. Miré el banco y cerré los ojos, rindiéndome. Había arena. Y ahora en mis pantalones también. Rodeé el banco, y entonces me encontré a Derek. Estaba sentado con un libro y varias hojas en su regazo, y parecía muy concentrado en sus cosas. Estuve de pie delante suya unos dos minutos hasta que se percató de mi presencia. Dudo que sufriera cualquier tipo de déficit de atención. Me inspeccionó de arriba abajo, con el ceño fruncido. Cualquiera hubiese hecho un comentario obsceno, pero me alegró que él no lo hiciera, sobretodo después del golpe en la cara con la pelota.

—¿Te-Tenías calor? —preguntó.

Muy agudo, Sherlock.

—Sí, por eso me baño con ropa —suspiré—. Me han empujado. —Me senté a su lado e indagué en sus asuntos, como buena cotilla. Leía un libro de biología, sobre pruebas de acceso—. ¿Preocupado por la selectividad? Me uno al club.

Me sonrió y asintió dándome toda la razón. Quería hablar con él, pero no sabía de qué. Se notaba que era muy tímido, por eso tenía que ser yo la que sacara tema de conversación.

—Y dime, ¿qué quieres estudiar?

—Bi-Biotecnología, al ser po-posible... P-Pero la nota de corte e-es de un 12,491. ¿Y tú qué ti-tienes pensado hacer?

—Oh, bueno... Aún no he decidido nada.

Vuelve a centrar su atención en las hojas y yo me siento un estorbo. Aun así, me picó la curiosidad de saber algo.

—¿Por qué no estudias en tu cabaña? —me atreví a preguntar. Fijó la mirada hacia el lado opuesto a mí.

—N-No puedo. Mis compañeros... —empezó. Le di todo el tiempo del mundo para explicarse, porque se notaba que le costaba—. No me dejan estar allí.

Sentí que mi corazón se encogía. Aunque era consciente de que yo no era un gran ejemplo de guerrera, y lo acabas de presenciar, quise ayudarle. Sabía que tenía un lado divertido y agradable, y quería sacarlo a la luz. Quería quitarle esa apariencia de chico introvertido e indefenso, que se hiciera respetar. Y lo primero a tratar era la tartamudez. En cuanto a aspecto, llevaba el pelo perfectamente peinado con flequillo y era de color castaño oscuro. Usaba unas gafas de pasta marrones, pero no te emociones, nada de cinta adhesiva blanca en el puente nasal. Me di cuenta de que tenía unos ojos oceánicos que no se molestaba en resaltar, y eso me frustró al instante. Vestía una camisa blanca de Ralph Lauren, unos pantalones de pana ocres y unos zapatos Oxford de cuero marrón. Sinceramente, parecía mi abuelo en su tan adorado «día del bingo».

—¿Quieres venir a mi cabaña? —pregunté. Él me miró curioso. Acabo de sonar como una salida—. No, no, me refiero a que... Para que no tengas que quedarte aquí a ser un blanco fácil de tus compañeros incordiantes.

Me levanté y esperé una respuesta, que tardó lo suyo en llegar. Este chico pensaba demasiado.




Terminé de darme una ducha y me vestí con un mono azul marino y unas sandalias a conjunto. Desenredé mi cabello largo y ondulado, y le eché un poco de aceite de argán. Cuando volví a la cabaña, vi que Derek seguía en el sofá con sus apuntes. Era sorprendente que, incluso en verano, se dedicara a estudiar. Yo no podría tener tanta paciencia como para no agobiarme con tanta letra. Él, en cambio, parecía bastante tranquilo y disciplinado, así que yo misma tendría que sacarle de su zona de confort.

El reloj marcó las nueve menos veinte. A las nueve debíamos estar en el comedor para cenar. Acompañé a Derek a su cabaña a por sus cosas, ya que le había invitado a pasar la estancia en el sofá de nuestro bungalow. Lo peor que nos podía pasar es que estuvieron sus compañeros cuando llegáramos. El universo hoy no parecía estar a mi favor.

—Pero qué ven mis ojos... El Bujarrilla es el primero en traer una chica a la cabaña —dice uno de ellos, el que le insultó en las presentaciones.

—Mike, se te ha adelantado el empollón —habló el otro. Podríamos nombrarlos Engendro 1 y Engendro 2.

Derek hizo caso omiso y cogió su maleta. Al notar que pesaba menos de lo esperado, la abrió, tembloroso. No había nada.

—Ah, por cierto, se me había olvidado. Hemos enviado tu ropa al siglo que le pertenece. De nada —rió Engendro 1.

La sangre me empezó a hervir de la rabia. ¿De qué coño iba? Dios, era más molesto que pisar mierda caliente. Vi a Derek, cabizbajo, seguro que pensando en qué hacer ante aquella humillación. Le advertí con la mirada que lo mejor era que nos marcháramos. Salimos de allí y nos paramos a pensar dónde podía haber dejado la ropa aquel inútil. Fuimos a la fuente y, tal como había pensado, estaba allí. Desde sus pantalones de pana hasta su ropa interior. Dejé que él lo recogiera, para que no se sintiera más avergonzado de lo que estaba. La gente hablaba, señalaba y reía.

Cuando terminó de escurrir y guardar su ropa, vino conmigo a dejar sus pertenencias. Ahora el problema sería explicarles a mis compañeras lo sucedido y convencerlas de que me dejaran dar cobijo a mi nuevo amigo.

Entramos en la caseta y nos encontramos a Mía en el sofá leyendo un libro y a Abby maquillándose en el baño. Llamé a ambas para hablar con ellas, y acudieron de inmediato.

—¿Qué pasa? —preguntó la morena. Abby también se estaría preguntando lo mismo. Cogí aire y hablé.

—Veréis, me gustaría que Derek, por su seguridad, durmiera en nuestro sofá.

Les expliqué toda la historia, jugando un poco con sus sentimientos, para que sintieran compasión por él. Mía asentía mientras yo hablaba, entendiendo lo que decía. En cambio, Abby se mostraba más ajena a la conversación, más fría e indiferente. La morena aceptó rotundamente la idea, pero también necesitaba la aprobación de la rubia. Estaba pensativa.

—Como te atrevas a hacerme fotos mientras duermo o a mirar mi ropa interior, te retuerzo el pescuezo, ¿entendido, rarito? —advirtió Abby antes de volver a centrarse en sus cosas. Yo la fulminé con la mirada y Derek asintió repetidas veces.




El comedor no tardó nada en llenarse. Había cuatro filas de mesas de distintos colores con bancos sin respaldo a ambos lados. Fuimos de inmediato a la azul. El menú de hoy era arroz tres delicias, albóndigas y yogur. Nos sirvieron la comida y volvimos a la mesa. Mía estaba asqueada con el manjar.

—Es que soy vegetariana, no como carne —dijo, molesta porque no quisieron quitarle las albóndigas del plato. Le hice un favor y me las pasé a mi plato. Odiaba tirar comida—. Gracias, Dani.

Nos sentamos con nuestro grupo. Abby decidió sentarse con sus nuevos amigos, el Engendro 1, la Zorra Mala y viceversa. No terminaba de entender por qué quería estar con ellos. Aunque en cierto modo Abby tenía toda la pinta de ser una de las populares de su instituto. Era guapa, su pelo era rubio platino y tenía unas curvas bien definidas. Además, no era odiosa todo el tiempo. Lo tenía todo. Incluso me atrevería a decir que Derek la miraba más de lo usual durante la cena. ¿Sería atracción o miedo?

Júpiter se acercó a la mesa y cogió sitio. Nos avisó de que hoy era el conocido fuego de campamento. Ya sabes, encender una hoguera con leña y comer nubes a su alrededor. Dejamos los platos vacíos en la mesa correspondiente y salimos del comedor. En las cabañas de colores nos esperaban nuestros coordinadores, que nos llevaron a la pradera. Allí, vimos que las cuatro hogueras ya estaban encendidas. Júpiter nos llevó a la más alejada pero, antes de que nos sentáramos, nos avisó:

—Tenéis que sentaros por orden alfabético. ¿Quién tiene de inicial la letra A? —preguntó. Abby fue la única en levantar el brazo—. Bien, ¿y la Z? —Otra chica levantó el brazo—. Formad un círculo empezando por Abby y terminando por Zara, ¿entendido?

Nos pusimos manos a la obra. Me puse cerca de Abby y miré los identificadores de los demás hasta llegar a mi sitio, junto a Derek. Una vez terminamos, pudimos sentarnos en los troncos que rodeaban el fuego.

—Y ahora que ya nos conocemos, vais a decir una cualidad física o psicológica de la persona que tenéis a la derecha.

Miré a Mía. La pobre tenía que decir una virtud del comemierda de Mike. Empezó Abby, destacando la bonita sonrisa de la chica de al lado. Debía de admitir que era un buen ejercicio de autoestima, y además, te daba la oportunidad de hacer amigos. Yo me atreví a recalcar la inteligencia de Derek, ya que era uno de sus puntos fuertes. Si aprendía a usarlo bien en el entorno social, se volvería indestructible. Bueno, tampoco quería exagerar.

Cuando terminamos, Júpiter nos dio nubes para ponerlas al fuego y comerlas. Él se sentó en el tronco que sobró, detrás de la Zorra Mala y sus aliadas. Podía ver como sacaban las uñas, dispuestas a atacar en cualquier momento. Se lo comían con la mirada, pero él hizo ademán de mirar a otro lado. Ya había dicho antes que tenía mal karma hoy, ¿verdad? Pues el hecho de que Júpiter me pillara mirándole se sumó a la lista de «tierra trágame» del día. El maldito no apartaba la mirada de mí, y eso me incomodaba. Tal vez quería darme de mi propia medicina, por mirona. De pronto, Zorra Mala se atrevió a sentarse a su lado, así que dejé de mirar.

La nubes se terminaron y el fuego se debilitó poco a poco. Todos nos levantamos de nuestros correspondientes sitios y volvimos a las cabañas. Le dije a Derek que esperara un rato hasta que todos estuvieran en su bungalow.

—¡Vamos, corre! —dije cinco minutos más tarde. Entró y cerré la puerta con llave.

Le saqué una sábana a Derek para que enfundara el sofá.

—Bu-Buenas noches, chi-chicas —dijo amablemente. Sonreí.

—Buenas noches, rarito —respondió Abby, subiendo la escalera hacia el altillo.

Me desquició su actitud, pero entonces escuché a Derek decir algo que no me esperaba ni en mis mejores sueños.

—N-No soy raro —protestó—, soy una edición limitada.

Vi cómo Abby reía a carcajadas. Sus gestos hicieron que se me contagiara la risa, y a Mía también. Nada mejor que una pequeña sesión de risoterapia antes de dormir.