CAPÍTULO 3: Desde que quitabas el estiércol

A las siete y media de la mañana no vi ni un alma por el campamento. Me puse unos pantalones largos ya que hacía un poco de frío, y una camiseta blanca de manga corta. Me hice una coleta alta y salí en silencio de la cabaña. Miré a ambos lados y tomé el camino de la derecha, como el día anterior. Cuando llegué al gran establo de madera, me dirigí de inmediato hacia Thor. Estaba despierto. Con cuidado, intenté entrar en la cuadra, pero entonces me percaté de tres sorpresas que había dejado Thor en el lecho.

—Oh, mierda... —susurré.

Cogí la pala que descansaba a un lado y un cubo. Recogí los excrementos y lentamente los moví hacia la basura. Busqué un poco de paja para cubrir el vacío. Una vez limpio, agarré un cepillo y lo acicalé por un buen rato. Desenredé su melena y su cola, y quité las hierbas espinosas. Le di heno y agua, y él lo tomó tranquilamente. Tenía que decir que era la primera vez que cuidaba a un caballo.

De pronto, sentí una mano descansar en mi hombro, y eso hizo que me sobresaltara. Cuando me giré, vi a Júpiter con los brazos en el abdomen, riéndose. Le fulminé con la mirada.

—Me has asustado, imbécil —dije. Él sonreía, y por un momento pensé en lo bien que le quedaba—. ¿Se puede saber cuánto tiempo llevas ahí?

—Veamos... —Se puso una mano en la barbilla—. Más o menos, desde que quitabas el estiércol. —Volvió a reírse—. Pero eso no es lo importante. ¿Se puede saber qué haces aquí? No son ni las ocho y ya sabes que está prohibido estar aquí sin un monitor.

Me ruboricé. No sabía que había estado todo ese tiempo observándome, pensé que me había cubierto bien las espaldas. Mis dotes de espía me delataron, mis sentidos no estaban agudizados esta mañana.

—Pues... —Me paré a pensar—. Lo mismo podría decir de ti, jovencito. —Me crucé de brazos. Él negó con la cabeza, rindiéndose, y se fue.

¿Dónde iba?

Esperé unos minutos apoyada en la puerta de la cuadra de Thor, acariciándole, cuando lo vi volviendo con una silla de montar en brazos. ¿Iba a pasear ahora? Sacó a Thor y lo equipó. Entonces me cedió las riendas. ¿Estaba de broma?

—¿Puedo... montar en él? —pregunté, temerosa. Él asintió.

—Te levantas a las siete de la mañana para venir a verle a escondidas. Eso es amor verdadero —bromeó.

Vale, iba a subir a un caballo por primera vez. Metí el pie izquierdo en el estribo. Una, dos y... No podía. Lo intenté de nuevo, pero no lo conseguí, entonces Júpiter me ayudó. Me sujetó por ambos lados de la cintura y me impulsó hacia arriba. Me estremecí cuando sus dedos estuvieron en contacto con la franja de piel que quedó al descubierto, cuando se me subió un poco la camiseta. Tenía las manos muy frías. Cogió las riendas y guió a Thor. Mi coordinador le puso una silla a otro caballo, uno que era completamente blanco, y se montó en él. Se posicionó delante y Thor lo siguió. Yo me cogí bien a las riendas y, de pronto, empezó a galopar. Dios, menuda sensación...

Salimos del establo y recorrimos la pradera, hasta llegar a un lago con una cascada en las profundidades del bosque. Parecía conocerse bien todas las hectáreas de las que disponía el campamento. Nos bajamos de nuestros caballos y los amarramos a unas ramas. Se sentaron a descansar. Me acerqué al lago y me agaché para ver cómo estaba el agua. No estaba tan fría como me esperaba. Estaba a punto de levantarme, hasta que sentí lo mismo que la tarde de ayer. Un empujón. Cuando me quise dar cuenta, la risa de Júpiter era lo único que resonaba en el lugar y mi cara de sorpresa y enfado fusionadas era digna de ganar un premio en un concurso de caras extrañas de la MTV. Dos baños con ropa en dos días, nuevo récord.

Salí del lago y me encaminé hacia Thor. Ya está, había sobrepasado mi límite de tolerancia. Dejó de reírse al notar mi intención de largarme. Corrió hacia mí y se puso delante, cortándome el paso. Me puso las manos en los hombros y, desgraciadamente, consiguió detenerme. Me crucé de brazos esperando una disculpa.

—Es que me lo has dejado a huevo, admítelo.

Pasé por su derecha y continué mi camino.

—Oye, Dani, espera —dijo cogiéndome de un hombro, girándome para que le mirara. ¿Se acordaba de mi nombre? Qué cerdo.

—O sea, que recuerdas mi nombre —afirmé. Él asintió, diría que un poco avergonzado—. Bien, entonces dime el tuyo.

Alzó las cejas, sorprendido. Sé que no le dejaban decirlo, y que me costaría sonsacarle esa información, pero quería al menos intentarlo. Se rascó la nuca. Durante unos tres minutos reinó el silencio, hasta que se agotó definitivamente mi paciencia.

—Como no piensas decírmelo, lo mejor será que me vaya —dije. Desaté las riendas de Thor y me propuse conseguir montar en él yo sola, aunque sería difícil, pero entonces se hizo la magia.

—Me llamo... Evan —respondió cabizbajo a mi pregunta—, pero por favor, no digas mi nombre en público.

Yo le miré, intentando encontrar sinceridad en su mirada. ¿Me estaría mintiendo? Me bajé del caballo y anduve hacia el lago. Me quité las sandalias, me senté en la orilla y metí los pies en el agua. Me giré para mirar al supuesto Evan y vi cómo se acercaba, con una bonita curva en los labios. Se quitó la ropa hasta quedar en bañador, y se tiró de cabeza salpicándome. Con una mano se echó el pelo hacia atrás. Tenía el abdomen muy marcado y tonificado, pero tampoco lo inspeccioné demasiado, ya que cada vez que me pillaba mirándole me volvía más tímida y débil, y no era eso lo que pretendía. Simplemente mantuve mi mirada clavada en mi reflejo mientras él nadaba en el agua. Silencio. La gran mayoría de veces los silencios con un desconocido son incómodos, pero a mí este no me lo resultaba. Es más, estaba bastante relajada. Dice Emil Cioran que el verdadero contacto entre los seres solo se establece por la presencia muda, por la aparente falta de comunicación, por el intercambio misterioso y sin palabras... Tenía parte de razón.

—No te he visto muy adaptada con el grupo —comentó—. ¿Es por qué te molestan o...?

Realmente, en un principio era como que le echaba la culpa a todo y a todos de estar aquí, entonces me mostraba a la defensiva. Pero ahora que he visto los especímenes que hay, tampoco tengo ganas de verme implicada en relaciones tóxicas.

—Son personas que no se asemejan nada a mí, ni en gustos ni en aptitudes —confesé—, así que prefiero la soledad.

Tampoco era totalmente soledad. Tenía a mis compañeras de cabaña y a Derek, aunque a las chicas no las veía mucho y Derek estaba en proceso de transformación. Era más una soledad compartida, ¿no?

—¿Y puedo saber cuáles son tus gustos y aptitudes? —preguntó.

—La lectura, la fotografía, el arte... —dije, mirando al cielo.

El sol cada vez estaba más presente. El bosque seguía en silencio, solo escuchaba los movimientos de Evan en el agua, la cascada, mi respiración y el latido de mi corazón. Entonces me dio por preguntarme qué hora sería, aunque tampoco me importa porque estaba de maravilla aquí.

—¿Te puedo hacer una pregunta, Evan?

—Si eres capaz de realizarla mirándome a mí, sí —propuso. Yo me sonrojé—. Me he dado cuenta, Dani. No me miras cuando me hablas o cuando te hablo. —Se acercó a mí y apoyó las manos a ambos lados, en la orilla, acorralándome. Quise morirme—. ¿Acaso te intimido?

Estaba demasiado cerca y su aroma llenaba mis fosas nasales al milímetro, debilitando todos mis sentidos. No supe qué responder ni qué hacer ni a dónde mirar. Estaba nerviosa y lo sabía, porque empecé a hacer jirones el borde de mi camiseta y siempre evadía la mirada. Me daba rabia no poder comportarme como siempre cuando él se acercaba, me hacía sentir estúpida y torpe. Entonces decidí no temerle más y levanté la vista, encontrándome con sus ojos marrones y brillantes. Analicé rápidamente todas las facciones de su rostro, ya que no era lo mismo verlo de cerca que de lejos.

—¿Cuántos años tienes? —pregunté de repente. Él sonrió y se alejó un poco de mí, para cruzarse de brazos.

—¿Cuántos me echas?

—Treinta y... —bromeé.

—Cuarenta y... No, tengo veinticuatro —admitió—. Parezco más viejo, ¿verdad?

Me quedé boquiabierta. Estaba a solas en un lago con un desconocido siete años mayor que yo. Si estuviera aquí mi madre, me gustaría decirle lo bien que me lo estoy pasando en su castigo. Ella estaría sorprendida y mi padre estaría, más bien, empuñando un revólver.

Estaba colgada mirando a la nada, cuando Evan me dio una palmada en la pierna y me despertó del trance. Era hora de irnos.




Me reuní con Derek en la puerta del comedor. Me dijo que Abby y Mía seguían dormidas, así que no vendrían a desayunar hoy. Ellas se lo perdían. Fuimos a la mesa de nuestro grupo y nos sentamos en una esquina apartados de la chusma. Yo me pedí un vaso de leche y un muffin de chocolate, y Derek prefirió un zumo de piña y galletas. Vi a Evan entrar, pero se sentó a la otra esquina, bastante lejos. No se paró ni un segundo a buscarme con la mirada. Decidí dejar pasar su desinterés y me centré en mi desayuno. Derek me contó que no había dormido en toda la noche por la presencia de chicas.

—¿La presencia de chicas o la presencia de Abby? —pregunté con picardía. Se sonrojó de inmediato, por no decir que casi se ahoga con el zumo. Tosió varias veces y se colocó bien las gafas.

—N-No, no es por ella... —me respondió. Se secó el sudor de las manos con el pantalón, lo que significaba que mentía. Era fácil leer su lenguaje corporal—. Te-Te has ido pronto e-esta mañana, ¿no?

No había caído. No ha dormido en toda la noche, con lo cual me vio salir de la cabaña. ¿Le cuento la verdad? ¿Me invento una excusa? ¿Me suicido con una magdalena de chocolate? No se me daba nada bien mentir, pero él tampoco parecía ser un buen detective.

—Correr es muy saludable —dije.

—Mi-Mientes. Saliste en va-vaqueros. —Menuda bomba me acababa de soltar—. Dani, me he pa-pasado gran parte de mi adolescencia vi-viendo y leyendo no-novelas policíacas.

Me acababan de pillar in fraganti. Grande, Dani, eres grande. Me giré para ver a Evan, y vi como Zorra Mala hablaba a su lado. Esa tía era una maldita lapa.

—Oye, ¿sabes como se llama la chica que está hablando con el monitor? —le pregunté a Derek. Se comió una galleta y se volteó para ver de quién hablaba. Puso los ojos en blanco.

—Es Rachel, ¿po-por qué?

—Es la chica que me empujó a la piscina, simplemente tenía curiosidad —dije—. Pues tiene nombre de zorra.

Derek levantó la cabeza y me miró con ojos desorbitados. ¿Lo había dicho en voz alta? Dios, que alguien me aplauda, por favor. Tengo que intentar controlar mis pensamientos para que no me pasen estas cosas, sino podría buscarme un buen problema. Mi compañero, para mi sorpresa, se rió y me dio la razón. Con gestos así, no tardaría nada en ganarse mi confianza.

Nos levantamos del banco entre risas y dejamos los vasos en la mesa de platos sucios. Salimos del comedor y fuimos a la fuente, porque tenía que hablar con Derek sobre lo que tenía pensado para Mike. Sé que no es maduro seguirle la corriente, pero quería que mordiera el polvo, para que supiese cómo se siente.

El plan iba a ser tan despiadado como satisfactorio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario