CAPÍTULO 4: Era una copia «Made in China» del Demonio de Tasmania en su ciclo menstrual

Derek me confesó que nunca había gastado una broma pesada, y me lo creí. Es decir, es un trozo de pan y todo el mundo se mete con él, es normal que lo último que busque es tener más problemas y peores de lo que ya eran.

Cuando terminé de idear mi plan y de hacer la cama, desperté a las bellas durmientes tal como lo hacía mi hermano cuando aún vivía con nosotros.

—¡Soldados! —grité golpeando una cazuela— ¡Fiiiirmes!


Se levantaron a regañadientes tras ultrajar tanto a mi persona como a mi existencia. Derek se rió mientras observaba la cómica escena desde el sofá. Bajaron del altillo y les di diez minutos para estar listas e ir a la zona circular, el hipocentro del campamento.




Evan y los demás coordinadores nos llamaron para reunirnos en la zona circular. Entramos en nuestras respectivas cabañas y nos sentamos en los bancos.

—Buenos días chicos —empezó Evan—. Hoy vais a tener que superar una de los exámenes más difíciles que ofrecerá el campamento. El circuito militar. —Todos cuchichearon y susurraron entre ellos—. Pondremos a prueba vuestra velocidad, agilidad, fuerza, equilibrio, puntería e inteligencia. Pero eso no es lo mejor —ironizó—. Será uno contra uno, y el perdedor formará parte del grupo de sirvientes. En cambio, el ganador será un privilegiado, ¿entendido? —Todos asentimos—. Id a las cabañas, vestiros con ropa deportiva y os espero en la zona baja de la pradera.

Salimos de la cabaña azul y nos dirigimos la nuestra. Pensar en sobrepasar mi rendimiento físico ahora me daba arcadas. Recuerdo que con doce años, debido a mi leve obesidad, suspendía gimnasia. La cosa fue cambiando gracias al estirón, pero tampoco me veo muy capaz de superar la prueba. Solamente rezaba para que Evan tuviera piedad.

Me encerré en mi habitación y abrí la maleta. Saqué unos shorts deportivos de color púrpura de Nike, una camiseta ajustada de tirantes en color negro, un top deportivo y unas zapatillas negras. Me volví a hacer la coleta y salí de mi cuarto. Derek también iba todo de negro, tanto pantalones cortos como camiseta de tirantes, pero más holgada que la mía, claro. Cuando estuvimos todos listos, fuimos donde Evan nos había citado a todos.

No hacía viento, y eso me frustró un poco, ya que íbamos a sudar bastante. Una vez estuvimos todos allí, el coordinador se dispuso a explicarnos el circuito.

—Bien, el primer obstáculo es de velocidad, saltar los neumáticos. Más allá, tendréis que usar el equilibrio para poder subir y pasar la barra. Luego tenemos uno de mis estorbos preferidos, que consiste en arrastrarse por el barro pasando por debajo de alambre de espino. Os encantará. —Le fulminamos con la mirada. Él siguió señalando el recorrido—. Saltáis los troncos, escaláis la red de abordaje, la bajáis por el otro lado, sobrepasáis el pequeño lago pasando de una cuerda a otro como monos y finalmente, la prueba de puntería, que se realizará con un arco. ¿Alguna pregunta?

Una chica cuyo nombre no conocía levantó el brazo. Evan la miró.

—¿Es obligatorio? —preguntó ella.

—Por supuesto. Y por hacer esa pregunta, tendrás el privilegio de ser la primera junto a... —dijo, pasando la mirada por todos—. Brenda.

Las dos chicas, temerosas, se acercaron a la línea de salida. Era irónico que pusiera a una chica muy delgada con una más rellenita. ¿Intentaba que las parejas tuvieran el mismo tipo de dificultades? Me pregunto con quién me emparejará a mí. Evan se puso entre las dos chicas y de inmediato bajó la bandera que llevaba en la mano dando comienzo a la carrera. Ambas lo tuvieron complicado con los neumáticos, y la barra de equilibrio, y los alambres... Pero ganó Brenda, la chica más corpulenta.

Evan volvió a elegir parejas. Esta vez le tocaba a Derek con Mike. Le deseé toda la suerte que tenía, pero no consiguió ganarle. Tranquilo, Derek, la venganza es un plato que se sirve frío.

—Dani y Rachel —anunció Evan.

¿CÓÓÓÓMO?

La Zorra Mala se acercó a la salida con cautela y aires de superioridad, cosa que me asustó un poco. ¿Tendría posibilidades contra ella? Derek me asintió, como si hubiera leído mis pensamientos, y me mostró su pulgar. Su apoyo me ayudó. Las dos nos preparamos en la línea negra y esperamos a que Evan nos diera la señal. Nos miró a ambas y escondió una sonrisa.

Me gustaría saber de qué parte estaba.

Bajó la bandera y las dos empezamos a correr. Pasé el obstáculo de los neumáticos y el de equilibrio sin mucho problema, pero entonces vino el de alambre de espino. Me puse en plancha, planté los codos y me adentré en el barro, el cual agradecí que estuviera húmedo, así no me dañaba ni los brazos ni las rodillas. Avancé pegada al suelo, cuando sentí un golpe en mi pierna. Gruñí del dolor. Ya estaba harta de esa niñata, y esta vez no se iba a ir de rositas. Le di una patada en la espinilla que hizo que se clavara el alambre en la espalda y cayera de cara en el barro. Su grito se escuchó en todo el campamento. Sonreí de la satisfacción que me daba y me levanté al terminar el tramo de veinte metros de lodo. Salté tres troncos y subí por la red de abordaje. Desde lo alto vi como salía del barro con la camiseta rota por la espalda y echa una hiena. Bajé y corrí unos metros hasta la prueba de puntería, la que me dejaría en las nubes. Cogí el arco, puse la flecha en su lugar y apunté. Lo que nadie sabía era la habilidad que tenía con las armas, por lo tanto lo comprobarían ahora. Me tomé unos segundos para a poner mi objetivo en el punto de mira y lancé. La flecha se clavó justo en el centro, dejando a más de uno atónito, incluido Evan. Por fin florecían mis dotes de espía que no me habían funcionado los últimos días.

Me aplaudieron y yo sonreí. Cuando volvió Rachel intenté no reírme de sus pintas, pero no lo conseguí. Era una copia «Made in China» del Demonio de Tasmania en su ciclo menstrual. Me fulminó con la mirada, y yo le respondí con una sonrisa soberbia, como hacía ella siempre. Mi hermano me enseñó a no rebajarme al nivel de este tipo de gentuza, que siempre podía ofender con palabras, no insultos, y lo he hecho durante toda mi infancia. Pero no dijo nada de que no pudiera alardear. Los abusones tienen esa peculiaridad que les caracteriza, y es que no saben perder. Por lo tanto, mi victoria se le clavó en la espalda como un puñal. Lo malo es que ahora me tocaría cubrirme las espaldas y estar preparada para cuando decidiera devolverme el golpe.

A la una y media todos terminaron de completar el circuito. Volvimos a nuestras cabañas y luego a las duchas, a quitarnos el barro en cuerpo. Cogí mis champús para el pelo, mi gel hidratante de chocolate, el cepillo, la toalla y la ropa de recambio. Derek se fue antes, ya que yo esperé a que las chicas tomaran sus cosas. Cuando llegamos a las duchas, no quedaban muchos sitios, ya que todo el mundo había realizado la prueba. Entré en una cabina y cerré la puerta de madera con cerrojo. Dejé la toalla en un pequeño banco de al lado en el que no se mojaría y la ropa encima de la puerta. Me quité la ropa sucia, la tiré al suelo y encendí el grifo. Me dio por pensar en mis padres y en mi hermano, porque todavía no me habían llamado y eso me preocupaba. Y me preocupaba porque son así, de los padres que te llaman para saber si ya has llegado a casa de la abuela, si ya ha terminado la función teatral, si ya te has lavado los dientes después de cenar una noche que duermes en casa de una amiga... No sé, me resultaba extraño que no se quisieran comunicar conmigo. Me terminé de enjuagar y me envolví la toalla. Me senté un rato en el banco de la esquina de la cabina, hasta que me percaté de algo.

Mi ropa de recambio no estaba.

Abrí la puerta para ver si se había caído en el suelo, pero nada. Esto solo podía haber sido idea de una mente inmadura e inútil. Rachel. No podía ir hasta mi cabaña así, porque estaba un poco lejos. Digamos que las duchas estaban cerca de las pistas de baloncesto, pero un poco más cerca de la entrada. Me tocaba improvisar.

Me acerqué a la entrada y asomé la cabeza para mirar a ambos lados. No había moros en la costa. Vaya, ¿he sonado racista? No era mi intención. Corrí por el camino de la derecha, llegando a unos arbustos que separaban el campo de la cancha de baloncesto. Tenía que andarme con cuidado porque estaban disputando un partido que, con suerte, los distraería mientras huía. Tenía los pies mojados y las chanclas no eran precisamente el mejor calzado para este terreno, pero tuve que aguantarme y clavarme algunas piedras. Iba a girar hacia la derecha cuando llegué a la hilera de cabañas, pero vi a lo lejos gente que se aproximaba. Eran las dos, hora de la comida, y el comedor estaba al lado de las duchas. Genial. Seguí recto y, sin quererlo, llegué al establo, lo que me hizo pensar en que era un buen escondite. Caminé hacía la cuadra de Thor, pero al escuchar voces aceleré el paso. Me oculté en una esquina y esperé a que todos estuvieran ocupados engullendo el banquete para salir de aquí. Las voces se intensificaron y mi miedo también.

—Me encanta que hagas como que pasas de mí —dijo una voz femenina, al otro lado—, me encanta que seas algo prohibido.

Me asomé con cuidado, ocultándome con el torso de Thor, cuando vi de quien se trataba. Rachel y Evan. ¡Menudo descubrimiento! Los dos estaban saliendo, de espaldas a mí, cuando mi amiga del alma le agarró por el brazo, girándolo. ¡A cubierto!

—Deja de resistirte, los dos sabemos lo que queremos, John.

¿John? ¿Cómo que John?

Volví a sacar la cabeza cuando vi que Rachel se acercaba despacio a John o Júpiter o Evan, como coño fuese. Ya me daba igual. Estaba claro que antes prefería decirle su verdadero nombre a su amante para que lo gritara en la cama que a mí. Dani relájate, me dije a mí misma. Él frunció el ceño al ver las intenciones de la chica y la apartó por los hombros, entonces se dio cuenta de mi presencia. Mierda, mierda, mierda, mierda. Me escondí de nuevo en la esquina y le supliqué al universo que no me la jugara de nuevo.

—Rachel, te lo repito, déjame en paz —dijo—. Vete.

Eso, ya vale de zorrear, estúpida.

Pasaron lo que fueron para mí, siglos, hasta que escuché los zapatos de plataforma alejarse. Eso me calmó, pero al mismo tiempo el miedo persistía. Tenía la sensación de que él —porque ya no sabía cómo nombrarle— estaba aquí. Escuché el cerrojo abrirse.

—¡NO! —grité lo antes posible—. ¡No abras, por favor!

Me levanté cubriéndome tras Thor y me encontré con la mirada oscura de mi coordinador. Yo casi desnuda detrás de un caballo mientras mi monitor miraba interrogante, toda una aberración. Dejé que mi rostro estuviera al descubierto, pero nada más. Los dos abrimos la boca para hablar, pero como tampoco tenía una explicación clara de mi situación, le di el turno de palabra.

—Tienes el pelo mojado.

—Ajá —respondí, aunque no fuese una pregunta, asintiendo. Fruncí los labios.

—¿Puedo saber qué haces aquí? —cuestionó, cruzándose de brazos.

—Pues... —No tenía excusas. Suspiré—. Creo que Rachel y sus leales comadrejas me han robado la ropa mientras me duchaba.

Él asintió, entendiendo la situación en la que me encontraba, pero no dijo nada por un buen rato. Parecía meditar una nueva pregunta, de la que no podría escabullirme. Estaba entre la espada, el caballo y la pared.

—Dejémoslo claro. No llevas ropa. —Le fulminé con la mirada y él se mofó.

—No es gracioso —advertí.

—Lo es para mí —dijo.

Dejó de reírse para mirarme con picardía, lo que me resultó gracioso y al mismo tiempo me irritaba.

—¿Te importaría dejar de mirarme como un pervertido mira a una niña en una esquina oscura en mitad de la noche? Te lo agradecería mucho.

Volvió a reírse, incluso yo me reí de la barbaridad que acababa de decir. Estuvimos un rato así hasta que su mirada cambió, ahora expresaba ¿dulzura? Desvié la vista y permanecí callada, esperando a que hablara.

—Está bien, dime el número de tu cabaña e iré a por ropa —sugirió. Yo le miré pensativa—. A no ser que quieras quedarte aquí hasta pasadas las doce, porque entonces me voy ahora mismo y...

—¡Cabaña 13! —dije de inmediato.

Salió del establo y yo me mantuve en cuclillas. Me sonrojé solo de pensar en que iba a ver mi ropa interior. Quería morirme. Mi madre me había metido en la maleta las braguitas de Hello Kitty que me regaló mi tía por navidad, y son horrendas.

—Thor, hazme un favor y pégame en la cabeza con la pata. Que sea letal.

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